"La enfermedad de mi hijo nunca iba a ser investigada"
“En este tiempo de crisis, la enfermedad de mi hijo nunca iba a ser
investigada”. Este convencimiento es el que ha llevado a Ana Suárez a
luchar para que una plataforma, F4R (Funds for research; fondos para
investigar, en español), busque micromecenas con los que contratar a un
científico que estudie el síndrome de Lowe, una enfermedad ultrarrara
que sufre, entre otros, Mateo, su hijo de siete años.
Mateo es un niño activo que disfruta bailando y posando para el
fotógrafo. Le encantan los trenes, y del colegio solo le gusta ir a
jugar con su compañera Laura. Pero esta descripción es solo una parte de
su vida. Quedan sus gafas gruesas y que sufre cataratas, que aún no
come nada sólido y que acaba de pasar 12 días en el hospital La Paz
(Madrid), donde le han quitado 27 piedras del riñón. Este año —para
disgusto de su madre, quien admite que le cuesta ver a su hijo rodeado
de otros niños que no son como la mayoría— ha tenido que cambiar de
colegio y va a uno de educación especial. Habla con una lengua de trapo
que no coarta sus ganas de comunicar y, sobre todo, tiene por delante un
futuro incierto. “No suelen morir del riñón, sino de una especie de
crisis epilépticas muy fuertes”, dice Suárez.
El objetivo es contratar a un científico que estudie el síndrome de Lowe
La iniciativa, una especie de crowdfunding (financiación popular), ya se
usa para hacer películas o para patrocinar maratones benéficos, pero
esta vez el objetivo es inusual. Los responsables de F4R, una asociación
sin ánimo de lucro, se dedican a recaudar para proyectos científicos y
de investigación. En este caso examinaron 40 hasta elegir el presentado
por la Asociación del Síndrome de Lowe de España, de la que forma parte
Suárez. “Un científico del Instituto de Salud Carlos III cuesta unos
23.000 euros al año, a los que hay que sumar viajes y materiales”, dice
Suárez. En la web se dan más detalles: recaudado, 22.027 euros; mínimo,
44.067; óptimo, 97.224.
“El síndrome de Lowe produce afectación a casi todo el organismo”,
explica Mercedes Serrano, neuropediatra del Centro de Investigación
Biomédica en Red (Ciberer), del Carlos III, e investigadora principal
del proyecto de investigación presentado ante F4R. La dolencia está
relacionada con mutaciones en un gen presente en el cromosoma X. Se
calcula que la sufren una de cada 500.000 personas en España, con una
esperanza de vida que no supera la treintena.
La investigación sobre la enfermedad es fundamental porque de ella se
sabe muy poco. No hay federaciones internacionales de pacientes ni
registros. En muchos países ricos, las familias tampoco cuentan con
hospitales ni centros de referencia a los que acudir. En consecuencia,
no hay una historia natural del síndrome, una evolución más o menos
pautada y registrada de la dolencia.
En este páramo internacional destaca la iniciativa del grupo de padres
al que pertenecen Suárez y también Manuel Armayones, impulsores de la
asociación de afectados creada en 2006, en la que participan 10
familias. Él es padre de un niño que padeció el síndrome y conoce de
primera mano la soledad y la sensación de abandono que sufren los
pacientes de enfermedades raras y sus familias. “Mi hijo falleció en
julio pasado”, cuenta Armayones, que mantiene una vitalidad que se
contagia al otro lado del teléfono. Además de padre, es también
psicólogo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
“Había más gente en Facebook que en el registro español de enfermedades
raras”, ilustra. Una de las peticiones de las familias es que sea
obligatorio para los médicos registrar a los pacientes con este
síndrome, un paso fundamental para saber con exactitud cuántos enfermos
hay en España. Armayones se dio cuenta de que, en su experiencia de
cuidadores, las familias habían acumulado un conocimiento muy valioso
sobre la enfermedad y que no querían desaprovecharlo. Se juntó con un
equipo de médicos del hospital Sant Joan de Déu, en Barcelona, donde
llevaba a su hijo, y así nació el proyecto de investigación sobre la
dolencia en el que colaboran el hospital (a través del Centro de
Investigación Biomédica en Red en Enfermedades Raras) y el grupo Psinet
(Psicología, Salud y Red), de la UOC. Juntos elaboraron una guía. “Los
médicos vieron que una parte de la información que circulaba no era
correcta”, relata Armayones.
Lo siguiente fue elaborar unos cuestionarios que las familias rellenan
con los datos epidemiológicos que ellos mismos recogen. “Primero les
damos una explicación, por ejemplo, sobre las alteraciones dentales
asociadas al síndrome. La semana siguiente les enviamos un cuestionario,
que responden por Internet”, explica Serrano. “Nosotros somos los que
estamos todo el día con los niños y los que sabemos lo que les pasa”,
dice Suárez, la madre de Mateo. Lo que los padres no pueden completar lo
hacen los especialistas que atienden a cada paciente, explica la
neuróloga Serrano, que supervisa todo el proceso.
“En seis meses de trabajo sabemos cosas que no estaban recogidas en la
literatura”, afirma Armayones. La filosofía del proyecto es
completamente abierta: el conocimiento está disponible de forma gratuita
para el resto de asociaciones y para la federación europea de afectados
y se ha publicado en revistas de acceso libre. El trabajo de los padres
va aún más allá. “Estamos preparando material didáctico para los
profesionales sanitarios, porque lógicamente no conocen la enfermedad”,
dice Suárez. “El médico que sabe de riñón no tiene por qué saber de
ojos, así que nosotros agrupamos todo”.
Muchos padres se conocieron en la primera reunión organizada en
diciembre pasado en Barcelona, a la que acudieron familias francesas e
italianas. “Tienen esperanza, ganas de hacer cosas. Han aprendido que
pueden contribuir”, concluye Armayones.
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