El azúcar asesino
El criminal, ¿nace o se hace? Es un
debate que dura siglos y ahora unos científicos de Cardiff nos proponen
otra pieza del puzle. Según un estudio realizado en Gran Bretaña,
los niños de diez años que toman dulces regularmente tienen más
posibilidades de volverse violentos cuando crecen. Se analizaron 7.000
personas nacidas en 1970 y se encontró que entre los que habían cometido
delitos violentos había más proporción de golosos que entre los
ciudadanos pacíficos.
Son análisis estadísticos, y ya hemos alertado en otras ocasiones
que hay que valorarlos con precaución. En este caso, el número de
participantes en el estudio es pequeño (sólo 38 fueron clasificados como
violentos) y, sobre todo, aún no hay una teoría lógica que pueda explicar las posibles diferencias.
Se habla de la importancia de los aditivos químicos que se asocian con
los que consumen golosinas y comida basura, que según algunos estudios
puede afectar el comportamiento. También puede ser que los niños que
toman mucho azúcar se conviertan en adultos impulsivos porque aprenden a
buscar recompensas inmediatas. De momento son teorías.
Pero no hay que despreciar la importancia de los alimentos en nuestro
comportamiento sólo porque no sabemos cómo funciona. Por ejemplo, hay
datos que parecen demostrar que los suplementos vitamínicos pueden
reducir la agresividad de los presos. Actualmente se está llevando a
cabo un estudio importante en el Reino Unido
para confirmar que una dieta equilibrada puede ser efectiva contra la
violencia en las prisiones, con una inversión de 2,3 millones de libras y
la participación de 1.000 voluntarios. Aún si se puede demostrar una
relación, lo más importante será entender qué mecanismos están implicados en estos efectos, lo que va a ser mucho más complejo.
Las implicaciones de culpar a la dieta de nuestros actos pueden ser
interesantes. ¿Será a partir de ahora un atenuante comer un donut antes
de cometer un asesinato? Y, ya más en serio, ¿se puede 'curar' la
violencia? ¿Hasta qué punto somos capaces de decidir nuestras propias
acciones? Si elementos externos como los alimentos pueden influir de una
forma tan evidente en nuestro comportamiento quizás habría que redefinir los límites del libre albedrío.
Al fin y al cabo, conocemos hace tiempo las bases moleculares que se
esconde detrás de trastornos como las depresiones o ciertas psicosis, y
disponemos de tratamientos bastante efectivos para solucionar algunos de
ellos. ¿Es el criminal puramente una víctima inocente de sus
neurotransmisores y los factores del entorno o le queda aún un rincón de
su cerebro donde es amo y señor de su futuro? ¿Es un enfermo o un
sociópata por elección? En pleno siglo XXI, el funcionamiento de nuestro
cerebro sigue siendo uno de los misterios más oscuros de este planeta.
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